Era la carta al retiro, al desmán y desalojo. Era la última
jugada, no quedaba de otra, solo un punto final de entre tanto punto aparte.
De los buenos años, de su calor y su repentino cambio
estacionario, de ese gélido mensaje mudo que solo reflejaba una mirada llena de
palabras. Palabras que eran dardos impronunciables de poca belleza, que marcaban
el final de esa melodía, la última sonata.
Me habían quedado las cartas rotas, de palabras flojas, escritas en vano. Por todos
lados llovía un poco de ese pesar, de lo cotidiano, la rutina, el no decir
nada. Esos celos que lo matan todo, sin respeto a nada.
Del poco placer, de esos besos fríos, caminatas eternas y
mudas, de esos pocos mensajes que ya no se entienden, de esa marca casi ajena,
de todo eso no quedan ni rastros, ni en sábanas blancas ocultando el cálido
sudor del momento, matando las risas, el habla.
¿Qué pasó amada mía? Nos fuimos a la mierda de nuevo ¿Nos
casamos o nos cansamos? ¿Nos cantamos o nos hartamos? Es sencillo mi princesa,
que todo esto va para el caño, es justo y necesario el cambio; pero veo que eso
no va contigo. Entre tus dotes de madre superiora, de santa y puritana, de esos
dotes de superioridad. Veras, eso no va conmigo, ni con nadie. No dudes en
gritar y enfurecerte, pero ten cuidado con sofocarte, que aun pienso en ti; pero no de igual manera. Un par de palmas del público, la reverencia del
momento y quizás el último abrazo, sin puñales.
Y nos vamos, nos vamos a la mierda.