Era el último cigarrillo de la noche. El suelo estaba
inundado de colillas, las cenizas eran parte del paisaje y otra vez hacía falta
aire.
La nicotina se ha vuelto parte del momento, del día. Es
el mañana, tarde y noche. El pan de cada día. La chispa que enciende la
maquinaria.
Es de día. Aún queda el sabor del combustible. Una taza de
café acompaña la mañana llena de inyectables. Se prende la antorcha y empieza la
industria, de un todo gris y de persianas agrietadas.
En la tarde un vaso con agua, para pasar los malos ratos, todos
muy amargos. Ver algo de esa basura colorida que ya no da gracia, mientras la
casa se llena de ese manto fúnebre que mantiene el fogón encendido.
Ya es de noche. Unas copas de morfina para ignorar las
balas. Sin rumbo sobre la ciudad de luces amarillas hepáticas. Se levanta una imperceptible
sonrisa disfrazada como mueca. Otro día estancado en esa lluvia de cenizas.
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