martes, 12 de agosto de 2014

Dele vuelta a la página.

Era la clásica mirada perdida, de entre los varios papeles que invadían la oficina, muchos tajadores, borradores por partes y lápices de varios tamaños. Creí encontrar la perfecta solución a ese desorden entendible que había. Uno a uno fui ordenando los papeles, recordando viejos dibujos, junto a ese olor añejo que tenían. Recordar todo en uno fue un flashback horrible, fue directo a la yugular y me puso en transe varios minutos. Cuando regrese de ese estado me puse a pensar que muchas cosas fueron en vano, que el papel se pudre y la tinta no era inmortal. Grande fue mi sorpresa que al seguir viendo papeles, recordar gratos momentos, cada dibujo era una historia, unas dulces, otras amargas y algunas me hicieron agarrar el papel con tal firmeza y fragilidad al mismo tiempo que uno temblaba. Era esa historia, una vida, dije.

Como olvidarme de las dedicaciones, los planes y las malas rachas, todo estaba dibujado ahí. Era de esperarse la nostalgia, las noches agotadoras, ese olor a vinagre y el sabor a oxido que ahora me persigue. Era indudable permitirse un espacio, un repaso y hasta un poco de inventario. Era indudable, pero era también todo eso en vano. No era la solución pensar en el pasado, los dibujos eran claros, eran dignos reflejos de malas épocas, de los excesos, el pudor y el final sin cortesía.

De los días llenos de colores, al gris más triste, así eran los días. Nada tan feliz como dormir y tan horrible como despertar. Todo se había transformado en un gran vacío, no había nada adelante, era todo oscuro. Ya se estaba volviendo clásico no hablar, caer en vacíos de tiempo, no pensar en nada. Ver el reloj y solo resaltar un par de labores. Algún día tenía que pasar. Había perdido la pasión. La pasión a dibujar, a sonreír, a pensar. Antes era común imaginar las cosas y perder el tiempo en eso, ahora no caía ni una gota, ni una brisa. Todo me resultaba asfixiante. Los viajes, la soledad, no hablar. Antes necesitaba la soledad para pensar, ahora me resultaba vacía, ni una idea nueva, estaba bloqueado. Perdí el interés en las conversaciones, en las ideas, las reuniones, me fui olvidando de esas ganas de hacer algo. Poco a poco me di cuenta que me estaba quedando solo. Un día de esos solo pensaba en lo inútil que me había puesto, solo quedaban las tareas pendientes, decía. Renuncie a un par de ellas.  Solo eso y nada más. Empecé a cortar comunicación de a pocos, me sentía cansado, La soledad que antes amaba, ahora la odiaba. Era horrible la sensación de vértigo, náuseas y esa poca intensidad en la que avanzaban las horas. Nada me resultaba tan aburrido como el día a día. La compañía me resultaba extraña y hasta desmerecida. Me pasaba horas en la computadora sin hacer nada, me compre unos dinosaurios de juguete para llenar lo vacío que andaba el escritorio. Intente volver a hablar, pero me sentí falso. Intente volver a sonreír, pero fue vacío. Solo me quedaba ahí sentado en el escritorio mirando a la nada, aunque por ratos un leve dolor en el pecho me recordaba la vida; quizás los cigarrillos han hecho efecto a lo largo de los años, decía.

Dormir es un alivio, no recuerdo muy bien mis sueños, pero sé que hago algo ahí, despierto y todo se vuelve pesado, confuso y vacío. Un desayuno frio y el silencio de la casa. Odio la rutina, pero me atrapo por completo. Deje de escuchar a Mar de copas, deje de escuchar a Libido. No le estaba encontrando el sentido a la música. Quería estar todo el día en casa y dormir, querer dormir por siempre. Supuse que era el límite, y que no importaba nada. Volví a revisar los dibujos, busque una señal, pero no vi ni mierda. Es el fin, dije. Volví a ver a los dinosaurios puestos en el escritorio y simplemente caí en un gran vacío, volví mí mirada al monitor de la computadora y dije: Me lo busque, me busque esta mierda.