Era la clásica mirada perdida, de
entre los varios papeles que invadían la oficina, muchos tajadores, borradores
por partes y lápices de varios tamaños. Creí encontrar la perfecta solución a
ese desorden entendible que había. Uno a uno fui ordenando los papeles,
recordando viejos dibujos, junto a ese olor añejo que tenían. Recordar todo en
uno fue un flashback horrible, fue
directo a la yugular y me puso en transe varios minutos. Cuando regrese de ese estado
me puse a pensar que muchas cosas fueron en vano, que el papel se pudre y la
tinta no era inmortal. Grande fue mi sorpresa que al seguir viendo papeles,
recordar gratos momentos, cada dibujo era una historia, unas dulces, otras
amargas y algunas me hicieron agarrar el papel con tal firmeza y fragilidad al
mismo tiempo que uno temblaba. Era esa historia, una vida, dije.
Como olvidarme de las
dedicaciones, los planes y las malas rachas, todo estaba dibujado ahí. Era de
esperarse la nostalgia, las noches agotadoras, ese olor a vinagre y el sabor a
oxido que ahora me persigue. Era indudable permitirse un espacio, un repaso y
hasta un poco de inventario. Era indudable, pero era también todo eso en vano.
No era la solución pensar en el pasado, los dibujos eran claros, eran dignos
reflejos de malas épocas, de los excesos, el pudor y el final sin cortesía.
De los días llenos de colores, al
gris más triste, así eran los días. Nada tan feliz como dormir y tan horrible
como despertar. Todo se había transformado en un gran vacío, no había nada
adelante, era todo oscuro. Ya se estaba volviendo clásico no hablar, caer en vacíos
de tiempo, no pensar en nada. Ver el reloj y solo resaltar un par de labores.
Algún día tenía que pasar. Había perdido la pasión. La pasión a dibujar, a sonreír,
a pensar. Antes era común imaginar las cosas y perder el tiempo en eso, ahora
no caía ni una gota, ni una brisa. Todo me resultaba asfixiante. Los viajes, la
soledad, no hablar. Antes necesitaba la soledad para pensar, ahora me resultaba
vacía, ni una idea nueva, estaba bloqueado. Perdí el interés en las conversaciones,
en las ideas, las reuniones, me fui olvidando de esas ganas de hacer algo. Poco
a poco me di cuenta que me estaba quedando solo. Un día de esos solo pensaba en
lo inútil que me había puesto, solo quedaban las tareas pendientes, decía. Renuncie
a un par de ellas. Solo eso y nada más. Empecé
a cortar comunicación de a pocos, me sentía cansado, La soledad que antes
amaba, ahora la odiaba. Era horrible la sensación de vértigo, náuseas y esa
poca intensidad en la que avanzaban las horas. Nada me resultaba tan aburrido
como el día a día. La compañía me resultaba extraña y hasta desmerecida. Me
pasaba horas en la computadora sin hacer nada, me compre unos dinosaurios de
juguete para llenar lo vacío que andaba el escritorio. Intente volver a hablar,
pero me sentí falso. Intente volver a sonreír, pero fue vacío. Solo me quedaba ahí
sentado en el escritorio mirando a la nada, aunque por ratos un leve dolor en
el pecho me recordaba la vida; quizás los cigarrillos han hecho efecto a lo
largo de los años, decía.
Dormir es un alivio, no recuerdo
muy bien mis sueños, pero sé que hago algo ahí, despierto y todo se vuelve
pesado, confuso y vacío. Un desayuno frio y el silencio de la casa. Odio la
rutina, pero me atrapo por completo. Deje de escuchar a Mar de copas, deje de
escuchar a Libido. No le estaba encontrando el sentido a la música. Quería
estar todo el día en casa y dormir, querer dormir por siempre. Supuse que era
el límite, y que no importaba nada. Volví a revisar los dibujos, busque una
señal, pero no vi ni mierda. Es el fin, dije. Volví a ver a los dinosaurios
puestos en el escritorio y simplemente caí en un gran vacío, volví mí mirada al
monitor de la computadora y dije: Me lo busque, me busque esta mierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario