Siete de la mañana, todo lo que
uno quisiera de un buen día, solo que con un par de arañones encima, y el sabor
a alcohol era parte del momento. Levantarse de la cama por ese delicioso olor a
café de venia de la cocina, llegar y encontrarse con Roxana, sonreírle de una
forma picara y darse un beso en el cuello mientras agarraba su cintura. Era el
día perfecto, el cielo estaba demasiado azul para ser cierto, solo un friaje
pasajero haría que el cielo terminara así de azul.
Me siento y espero que Roxana me sirva el café, ella
sabe en qué taza y con cuanta azúcar, Roxana lo sabe todo. Nos echamos a
conversar mientras la casa se aromatiza con el sabor colombiano, un par de
risas por ahí, mientras se nos va la resaca, un par de besos por ahí, mientras
se entran las ganas. Roxana me habla de los indignados y yo le enseño el Blackberry
con algunos tweets de gente indignada, Solo le digo - Gente para más cojuda. La
gente se indigna por todo y no ven en donde están parados, es justo y necesario
una buena dosis de desahuevina en el anexo, le digo a Roxana mientras nos reímos
de los indignados. Nos pasamos un par de puchos en la azotea, el sol esta
matador; pero de lo más adorable. Después de 14 grados, el sol es el superhéroe por
ahora, después ya será un vil hijo de puta.
Son las diez de la mañana y por
decirlo de esa forma, Roxana se molesta, ya es muy tarde para ella y se tiene
que ir, le agradezco el café y la noche, esta demás decir que la noche estuvo…
más que bien. La despido con un beso, casi eterno; pero un poco austero. Roxana se
va y la magia de ese día se fue con ella.
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