Era ya la media noche en ese parque maltrecho cerca a un maloliente mercado tan informal como el patético estadio. Perdí la cuenta de los cigarrillos que me había fumado, ya era la hora de enfrentar al personaje oscuro, malvado y sin escrúpulos, era perder todo o ganar un poco de tiempo ante la maestría de algunas estrellas fisgonas.
Pensar que la única solución a una conversación amena, seria en la noche, cerca al panteón de los infiltrados. Era algo que incitaba un par de negativas en ambas partes; pero también era el lugar menos solicitado por la seguridad del estado. Un par de trimoviles van y vienen, no hay rastro del insólito invitado, al que temo tanto como a la vida misma, porque desconozco sus intensiones, no sé, si vendrá con el mismo juego que ha maquinado o quizás la reglas ya deben haber cambiado hace mucho tiempo sin yo saberlo.
Con las manos en los bolsillos ocultando unos oscuros guantes, tan oscuros como las historias que se comparten en su uso. No huellas, sin razón alguna para dejarlas, los guantes lo son todo. Solo los perdería cuando perdiera más que la razón. La vida misma.
Y llego el sujeto, que alguna vez fue uno más del montón. Mencionar su nombre es un tabú, tomar su imagen sería una gran blasfemia, no es un ser divino; pero es más real que Dios a pesar de que solo es representable como un símbolo de odio.
Me veo cara a cara con él. No nos saludamos y simplemente sacamos al aire nuestras intensiones a favor y en contra de los negocios del sector. Notablemente hay muchas negativas, uno por salvar y el otro por matar, para él es más que divertido ver sangre; yo ya estoy algo viejo para mutilaciones sin sentido, solo por una venganza de la más cojuda.
Odio mostrar algo de debilidad agachando la cabeza en un gesto de descontento, al saber que no hay vuelta atrás, que no hay tregua, ni gloria y que simplemente no hay el acuerdo añorado.
El seguirá con la sangre, prefiero no insistir, un tiro deja huella y ambos sabemos que nuestra sangre no hace risas, por los gestos de dolor guardados disimuladamente entre miradas lúgubres de pabellón de fusilamiento.
Guardo en paz el arma, mis manos no son tan rígidas para sostener un objeto nada gratificante, sin gracia, un tiro no hace el espectáculo sin que haya un poco show, entre gritos y sangre chorreando. No lo es y ambos lo sabemos muy bien…
Ahora solo me queda hacer un par de llamadas, cerrar tratos y esperar que el Efecto sorpresa caiga en el blanco.
“ser despreciable es algo tan común como las vidas que se pierden por simples muestras de celos, envidia y la estupidez humana.”